lunes, 9 de febrero de 2009

TRATADO ÁUREO DE LA PIEDRA DE LOS FILÓSOFOS

El Tratado Áureo fue publicado por primera vez en la colección Dyas chymica tripartita (1625) con el título Ein güldener Tractat vom Philosophischen Steine. Von einem noch Lebenden, doch vngenanten Philosopho den Filiis Doctrinae zur Lehre, den Fratribus aureae Crucis aber zur Nachrichtung beschrieben. Anno M.DC.XXV. Ese mismo año apareció también traducido al latín en la primera edición del Musaeum Hermeticum.
Según explica la leyenda del frontispicio, el autor vivía aún cuando se publicó la obra. Como es frecuente en el caso de estas ediciones anónimas, la autoría le ha sido atribuida a su editor, el jurista Johann Grasshoff. Ferguson (Bibliotheca Chemica) da de él la siguiente noticia:
«Johann Grasshoff, nacido en Pomerania, doctor en leyes, Síndico de Stralsund y después consejero de Ernesto, arzobispo y elector de Colonia, escribió en parte anónimamente, pero también con los nombres Grassaeus (Crasseus, Grossaeus), Chortolasseus y Hermannus Condeesyanus.»
La obra consta de una introducción, el tratado propiamente dicho y una práctica parabólica. La introducción es una justificación en la que se encuentran muchos tópicos de esta época: el próximo fin del mundo, la enorme cantidad de textos sofísticos y adulterados; el propósito de ayudar a los estudiosos descarriados; el deseo de entrar en contacto con los adeptos "hermanos de la Cruz Áurea".
El objetivo del tratado propiamente dicho, según el autor, es mostrar la materia y su solución, los dos puntos más difíciles de la Obra, en opinión de muchos autores. Respecto a la materia no aporta nada nuevo a la solución del misterio, limitándose en definitiva a exponer cuáles son las materia inadecuadas, tema tratado anteriormente con mayor o menor extensión en multitud de obras, entre ellas la Filosofia natural de los metales del Trevisano. La originalidad, importante si más no para la historia de la alquimia, consiste en la detallada argumentación y puesta al día de ese rechazo; en menor medida es interesante también el gran aparato de citas reunidas para ejemplificarlo.
De la mano de Grasshoff recordaremos: todos los Filósofos hablan de lo mismo aunque parezcan estar en desacuerdo; la materia de la piedra, que es una por más que sea designada con multitud de nombres, es el mercurio, o sea, la materia prima de todos los metales; hay que hacer caso omiso de tantas recetas inútiles y seguir la intención de los Filósofos; hay que rechazar las sustancias de origen animal y vegetal y dirigirse al mineral, pero incluso en éste son inútiles para la obra los minerales menores, las sales, vitriolos y medios minerales, entre ellos el antimonio; tampoco son de utilidad el azufre o el mercurio vulgares.
Limitados al reino metálico, hay que tener en cuenta que los metales imperfectos son inadecuados por carecer de la perfección que el alquimista busca. Quedan finalmente sólo los metales perfectos como materia apropiada, pero no el oro y la plata vulgares, que están muertos, sino los de los sabios, que están vivos.
El desarrollo que da a la solución es bastante más restringido que el dado a la materia: esta operación imprescindible es muy difícil; hay que rechazar las aguas corrosivas y usar sólo las que son del mismo género que el cuerpo; ella es el máximo arcano del arte y los filósofos han prohibido revelar este misterio. Esta operación tiene dos fases: en la primera el cuerpo se reduce a materia prima; en la segunda, con la congelación del cuerpo se realiza la coagulación del espíritu. El resto de la obra es trabajo de mujer y juego de niños.
Aunque las narraciones alegóricas y las visiones no faltan en la antigüedad, la parábola que cierra el tratado es un ejercicio literario que sigue la moda iniciada por Trevisano de las "prácticas parabólicas" de carácter onírico(1), que se apartan de las antiguas prácticas medievales consistentes en colecciones de recetas; ahora son más bien exposiciones alegóricas del proceso lineal de la obra en su totalidad.
En efecto, la ausencia de resultados prácticos en el terreno de la transmutación llevó al Renacimiento a replantearse -en mayor medida de lo que lo había hecho la Edad Media- la utilidad literal de recetas y procedimientos alquímicos. Así, mientras la espagiria paracélsica investigaba en ella su posible valor medicinal, la tendencia transmutatoria hace una relectura simbólica y alegórica basándose en sus evidentes o forzadas similitudes con las leyendas e imágenes de la mitología y la religión, revitalizando de esta manera una esperanza a la que no se estaba dispuesto a renunciar.
En este relato la materia es el «león antiguo, feroz y enorme», imagen del maligno, como la serpiente y el dragón, al que nuestro héroe mata y descuartiza recurriendo a sus conocimientos de "magia", evocando así, aunque sin mencionarla, a Medea, a la que sí tendrá en mente a la hora de buscar los medios para devolver la vida a los desgraciados enamorados.
El lugar al que llega a continuación, donde hombres y mujeres están fatalmente incomunicados, es una alegoría tomada de la visión de Arisleo referida al reino metálico, el único donde no existe generación.
La hierogamia final, con el dramático resultado de la unión y la subsiguiente resurrección gloriosa de los esposos reales, sigue de cerca la descripción de la Visión de Dastinaunque despojada de sus fuertes connotaciones evangélicas que lo equiparan al misterio crístico de la cruz, y con variaciones significativas que parecen inspiradas por las ilustraciones del Rosario de los filósofos.

Nota de traducción.
El latín argentum vivum, como hudrárguros en griego, designan el mercurio-metaloide como si fuera un estado especial de la plata (lat. argentum, gr. árguros), es decir, movediza, líquida. Es bien conocido que los alquimistas rara vez mencionan los metales sino por su nombre planetario, con la excepción del argentum vivum, nombre que usan tanto o más que el de mercurius, tanto para referirse al metaloide como a las sustancias alquímicas (principio metálico, materia prima, disolvente, etc.), sin que sea posible distinguir de manera general un uso especializado de un término para designar la sustancia "vulgar" y otro para las "filosóficas". Si sólo se tratase de mantener en castellano la dualidad de nombres no habría problema, bastaría con traducir argentum vivum por "azogue" o "hidrargirio"; sin embargo es posible imaginar un posible juego, "cabalístico" o no, en el uso de los términos argentum, argentum vivum, mercurius y luna, juego que se perdería irremediablemente en castellano al romper la conexión "visual" entre el mercurio y la plata, y al abandonar el calificativo "vivo". A fin de conservar las posibles ambigüedades, equívocos o sentidos "ocultos", hemos recuperado en esta traducción dos términos del castellano antiguo: argento (plata) y argento vivo (mercurio
La traducción que presentamos es la del texto editado en el Musaeum Hermeticum reformatum et amplificatum (1677). Los títulos temáticos, escritos entre corchetes, son nuestros