lunes, 9 de febrero de 2009

LA SUMA MEDICINA O PIEDRA FILOSOFAL

LA SUMA MEDICINA O PIEDRA FILOSOFAL
Que saca a luz, de las tinieblas, de enigmas y metáforas con que la oscurecieron los chemistas filósofos, un Ermitaño, codicioso sólo del aprovechamiento de los curiosos.
La parte más famosa, más oculta, más difícil, más noble y más secreta de la Filosofía natural es la que te escribo desde estas soledades donde habito, monstruo racional de estos carrascos; he procurado dictarla y escribirla con toda claridad y sucinta gramática, limpiándola de los enigmas, figuras y metáforas con que la ocultaron y oscurecieron los avarientos chemistas que se dieron al experimental estudio de esta gloriosa ciencia, procurando, más que descubrirla, enterrarla. El genio prudente conocerá a la primera vista lo famoso y verdadero de la operación, y aun el mediano discurso, a continuado desvelo, conseguirá el fin de estas operaciones, excluyendo miserablemente a los de duro ingenio. Debe ser el estudiante artífice de está profesión, escogido, y práctico en el conocimiento de la naturaleza y en la anatomía de los metales y tener averiguadas sus generaciones, enfermedades, imperfecciones y otras impurezas en sus minas; y del mismo modo debe conocer los tres órdenes de medicinas, o piedras; pero como las dos sean sofísticas y falsas, o a lo menos conjeturables, trabajará el buen profesor en una sola, que es la tercera, la gran Piedra, Suma Medicina filosófica, única y cierta del todo, de la cual solamente escribieron los verdaderos filósofos, y la trataron en sus libros, dejando como inútiles y vanas las otras dos órdenes de medicinas y piedras; y así yo, imitando la lección, estudio y manufactura de los más graves, escribo esta tercera orden, apartándome de otros intentos inútiles, y antes de empezar mi Tratado (porque si fuere a otras manos) quiero decir cómo ha de ser el profesor de esta ínclita Filosofía.
Tengo el consuelo, amigo Torres, de que estás adornado de algunas de las amables prendas que han de componer al buen operario de estas artes; si sólo he comprendido en ti la poquísima constancia en esta precisa diligencia, porque te advierto variable en todo linaje de propósitos; pero venciendo la gran pasión que tienes a la flojedad, no dudo yo sacar en ti, con mi doctrina, un famoso profesor que acredita la maltratada (por no conocida) ciencia de las ciencias; y por si acaso en las demás propiedades tuvieres que enmendar, quiero decirte (así a ti como a cualquiera que leyere este Tratado), como ha de ser el profesor de estas operaciones.
No ha de ser garboso, y que pique un poco en desbaratado en despreciar sus dineros; debe ser firme en la empresa, ni muy tardo ni muy pronto, fino observador y cauteloso; ha de estar sano, sin estorbos en pies, manos, ni en la vista, ni ha de ser muy viejo ni muy mozo, ni tan pobre que no tenga con que suplir los primeros gastos, para alcanzar esta suntuosa y poderosa Filosofía; y en fin, debe ser el aplicado a esta ciencia hijo verdadero de la doctrina, varón de sutil talento, medianamente rico, pródigo, sano, constante, firme, suave, pacífico, templado y bien dispuesto de órganos y miembros; ha de estudiar muchas veces en esta doctrina, y sacar de sus discursos y su noticia las verdades y sacadas, recomendárselas a la memoria, y entrar al fin con desinterés y cuidado en la operación; y siendo el profesor, como llevo insinuado, sin detenerme en otras impertinencias, voy a desengañarte, en las siguientes hojas, de aquel tropel de errores en que te vi las tres noches, que con gusto mío te comunique; no me repares en el estilo, que yo no entiendo de otras recancanillas quede escribir con verdad y sencillez lo que tengo leído y experimentado, y lo que por mis propias manos he hecho, sin más principios ni más materias que las que se siguen.
Es preciso que sea loable y dichoso el fin de cualquiera intento cuando los principios están bien estudiados; y aún dice Aristóteles, en el primero de los Éticos, que no se duda el fin, sabido el principio: Qui scit principium alicuius rei, scit fere usque ad fines eius. Así, pues, empezaré por los principios de esta famosa Filosofía, para que a éstos suceda la gloriosa consumación que deseo. Son, pues, los principios de esta ciencia los mismos que en los metales, y la materia principal de éstos en sus minas, de la cual se engendran; es el agua seca, agua viva, o argento vivo (que con todos estos nombres la bautizan los chemistas) y el spiritus faetens, o sulfur; pero es de notar que éstos, en su naturaleza, como los crió Mina, no son la materia que buscamos, porque en aquellos lugares donde son engendrados no se encuentra algún metal; es, pues, su materia una sustancia creada por la naturaleza que contiene en él a la naturaleza y sustancia del argento vivo y el sulfur, y de esta materia o sustancia, de estas dos se engendra y procrea otra sustancia sutil y fumosa en las entrañas de la tierra y venas minerales, en donde se congregan y detienen; y después que la virtud mineral baña a la dicha fumosa materia, la congela y une, con unión inseparable y fija, por medio del calor y decocción natural, templada en la minera, y tan unidos, que ni el húmedo que es el argento se puede separar del seco que es el sulfur, ni el seco del húmedo. De esto se infiere que en los metales se dan naturalmente cuatro elementos, y que éstos son homogéneos, que no son otra cosa que unos humos sutilísimos, congelados y fijos por decocción natural en la minera, y alterados en naturaleza de metal. También se saca de esta doctrina que el húmedo radical de los metales en su calcinación, por la homogeneidad y fuerte unión con los elementos, no se consume ni se separa, como sucede al húmedo radical de la piedra, por faltarle la unión con el seco o sulfur; y así vemos que el húmedo de las piedras es volátil y huye del fuego, y el húmedo de los metales es fijo y permanece en él; que el sulfur, en la generación de los metales, es como agente y la sustancia del argento vivo es paciente; y por esto al sulfur llaman Pater mineralium, y al argento vivo Mater.
De lo dicho conocerá el artífice filósofo que la naturaleza, en la creación y formación de metales, tiene cierta sustancia o materia; es, a saber: el argento vivo, de la cual materia hace salir en la mina aquella fumosa sustancia o material sutil que, después, con el artificio de la naturaleza, se convierte en metal. Aquella, pues, primera materia, de la cual se engendra la dicha fumosa materia, es cuerpo, y aquella fumosa, engendrada de ella, es espíritu; y así la naturaleza hace del cuerpo espíritu, y la hace subir desde la tierra al cielo, porque es, una materia corporal hace una cosa espiritual; y porque, a esta materia espiritual la docta naturaleza convierte en metal (como hemos dicho), entonces hace del espíritu cuerpo, y así la hace bajar del cielo a la tierra (póngote, Torres amigo, estas ascensiones y descensiones a la tierra y el cielo porque son metáforas con que ocultaron estos famosos principios los avarientos químicos, y porque si leyeres sus libros no te confundas); y así, volviendo a atar el hilo de nuestra intención, digo que en todas estas operaciones verdaderamente no podemos seguir a la naturaleza, pero hemos de procurar imitarla con atención, ya que no en todo, en parte. También es cierto que todos los metales, en cuanto a la raíz de la naturaleza, son todos de una misma sustancia o materia, pero no de una misma forma; y esto es, por la enfermedad o sanidad, mundicia o inmundicia, cuantidad o poquedad de la sustancia del argento vivo y el sulfur, en la unión natural, por la distinta cualidad de minas y la larga o breve decocción de la naturaleza; esto me parece que basta para dar a entender la general generación de los metales, voy a decir los radicales principios de esta secreta Filosofía.
Los radicales principios en que se funda esta ciencia, son: cierta y determinada materia o sustancia propia del argento vivo, y sulfur fumosa, y sutil de naturaleza de estos dos, engendrada por nuestro artificio limpidísima, clara, en la cual existe el espíritu de la quinta esencia, como diremos después; no es esta sustancia, ni el sulfur ni el argento, conforme están en sus mineras naturaleza, sino cierta parte de estos dos, que ni es sulfur ni argento. Esta sustancia que digo, fumosa, volátil, se fija y se mata y convierte en otra sustancia de argento y sulfur, que es pasible en el fuego, y nunca huye de él, antes bien, persevera siempre, la cual, después, por la decocción templada y continua, y por maestría de esta arte, se congela en una piedra fluida tingente y que persevera en el fuego. Algunos filósofos dicen que de solo el argento vivo, sin las comixtiones o mezclas del sulfur, engendra esta materia; pero esto es lo mismo que voy yo armando, porque el argento vivo contiene naturalmente en sí el sulfur rubro mezclado (y este sulfur rubro yo le he sacado de la albura del argento vivo con mis propias manos). Los agentes en la operación de esta ciencia son el agua y fuego, y estos dos elementos se coadyuvan juntamente; la tierra y el aire son los pacientes; el agua es el macho; la tierra la hembra; el Sol es el padre y la Luna la madre, de muchas cosas necesitamos en este arte que no las ha de menester la naturaleza, pero nuestro estudio ha de ser imitarla: en estas cosas de que necesitamos, es de advertir que están los cuatro elementos, y conviene con precisión saber convertirlos unos en otros, mudarlos y alterarlos; es a saber, hacer del húmedo seco, del frío cálido y del cálido frío; y de otra suerte es, imposible consumar con perfección la obra; nota que así como la naturaleza hace del cuerpo espíritu y del espíritu cuerpo en la generación mineral, así los químicos en la generación de la piedra (que hemos de hacer) por nuestro artificio, haremos los cuerpos espíritus y los espíritus cuerpos, que por eso dice Aros: Facite corpora spiritus, et inveniens quod queritis, con que de todo lo dicho sacamos que los principios y operaciones de esta ciencia son semejantes a los de la naturaleza; pero nosotros necesitamos más cosas que ella para nuestros trabajos.
Dados ya los principios de la generación de metales y los de esta ínclita, admirable ciencia, así, generalmente, ahora iremos viendo la operación y maestría del arte.
Todo el artificio de esta piedra oculta filosófica tiene dos partes de operación: la primera es el elixir, y ésta se llama primum opus; la segunda parte es de la operación de esta piedra, que es el secundum opus, la cual se hace de otro modo, y en distinto vaso. Muchos filósofos, en sus libros, primeramente enseñaron a hacer la segunda obra, esto es, la operación de la piedra; y algunos hablan en sus escritos unas veces de la primera, otras de la segunda, a fin sólo de confundir y cegar al aplicado, y para ocultar de los ingenios esta famosa ciencia. Yo, amigo, seguiré el recto orden en la operación; y como la ejercité con mis propios dedos y vi con mis ojos, así pondré la doctrina. Lo primero es necesario que las materias se conviertan en elixir. Este elixir es el primero y principal fundamento de esta piedra preciosa, la cual por la segunda obra se convierte en verdadera piedra filosófica y medicina suma; la cual quita de lo comixto lo enfermo y lo imperfecto de los metales, y los reduce a sanidad y perfección, y realmente lo convierte en lunífico o solífico, según el color de la tal piedra. Dividen los filósofos al elixir, y dicen que tiene cuerpo, alma y espíritu, y éstos están unidos en aquella unión de la naturaleza, a la cual, por nuestro artificio, la ministramos para que la haga, y por eso nosotros no hacemos el elixir ni la piedra, sino la naturaleza, a quien damos la materia para que la fabrique; a la tierra de esta suma medicina llaman cuerpo, fermento o secreto de la piedra o del elixir, con que de la sustancia sutilísima y purísima del argento vivo, el sulfur y nuestra tierra se compone el elixir, y en esto consiste nuestra piedra.
De dos modos se considera el elixir en esta ciencia; hay elixir para lo blanco y para lo rubro; vamos viendo el elixir para lo blanco primeramente, y de sus especies de que se compone: de las especies del elixir para lo blanco han variado mucho los filósofos y las han dado diversos nombres, unas veces tomándolo de su color y otras de su naturaleza, pero siempre añadiendo y quitando algo para engañar a los curiosos y deseosos de saber esta ciencia, unos buscaban este elixir en los vegetables; y aunque esto es posible por la naturaleza, no es posible al filósofo, porque es breve la vida para esta operación; otros le buscaban en las piedras preciosas, vidrios y sales, y éstos trabajaban un imposible contra los principios de la naturaleza, pues lo más que de estos entes se puede esperar (después de largo tiempo y crecido trabajo) es la alteración; otros, en los espíritus solamente del sulfur y el mercurio, con sus compañeros la sal amoníaca y el arsénico; y otros, en todos los cuerpos de los metales; pero todos estos sudaron vanamente; y así, omitiendo otros muchos diré sólo lo que verdaderamente conviene a este elixir.
Cuatro son las especies que son precisas para componer este elixir; es, a saber: el argento vivo, el sulfur citrino volátil que huye, el sulfur verde fijo, y el sulfur blanco fijo, y estos tres, sulfures son fluidos como la cera; de estas especies son mejores las nuevas que las viejas; el buen sulfur verde es el que, quebrantándolo, aparece la fracción clara, y verde, y es lúcido, a manera del vidrio; y por esta razón lo llama Morieno a este sulfur, vidrio, por la razón de su color y lucimiento; el sulfur blanco fijo es el mejor el que fuere más blanco, que tenga fractura blanca, luciente, y que descubra los granos oblongos, aunque no mucho, y poco gruesos, los que no son buenos que descubra el sulfur citrino volátil.
Compónese, pues, el argento vivo con el sulfur vivo citrino, de tal suerte, que uno y otro sean alterados y convertidos los dos en una masa rubra, la que llamamos tierra rubra ponderosa: de estas dos especies su composición, o disposición, habla Morieno en su libro Ad Regem Hali, y dice: Fac ut, sumus albus, idest Mercurius, fumum rubrum, idest sulfuris capiat, et simul ambo efunde, et coninge, ita quod pars pondus aponatur. Pero respecto que esta tierra rubra, lúcida, ponderosa y venal se encuentra, no nos cansaremos en su composición, y así prosigamos nuestro intento. Habiendo, pues, comprado estas especies, toma una fibra del sulfur verde fijo, y muélelo sobre un mármol o pizarra limpia, hasta que se haga un polvo minutísimo; toma después tres onzas de sulfur blanco fijo, y en el mismo mármol las molerás con cuidado, y guardarás aparte uno y otro; toma también otras tres onzas de tierra rubra, lúcida, ponderosa, que está compuesta del sulfur y el mercurio, y majarla también, hasta que en la tal tierra no se vea nada de lo lúcido, y queda un polvo rubicundo y grave; toda esta obra la llaman los filósofos opus contritionis; y a esta obra de contrición la llaman también hiems, o invierno; porque, como el invierno, está destituido de todo fruto y virtud agente natural; y así también esta obra de contrición está destituida de toda operación agente al elixir, porque nada de éstos antes está mezclado.
Hecha, pues, la operación del invierno, luego sin intervalo comienza la obra de composición y mezcla de estas especies, que es así: a todos estos polvos de estas especies, júntalas; y mezcladas en el mármol, hasta que toda esta materia aparezca rubra, y a toda esta materia rubra divídela en dos partes iguales; cada una de estas partes de esta composición o preparación se pone en un vaso propio y destinado a este fin; en tal vaso siempre se ha de hacer esta obra, de modo que el vaso alambico de vidrio se disponga así: han de ser dos vasos el vrinal y el alambico (como regularmente se hace en todas las destilaciones) sino al contrario, la boca del alambico ha de entrar en la del vrinal; después se embarra y cubre con el lodo filosófico, y se deja secar y endurecer, y luego se vuelve a cubrir, de modo que no pueda evaporarse por las junturas espíritu alguno; y llámase la obra presente opus veris, porque como en el verano universalmente todas las cosas naturalmente se unen, para fructificar así estas de que se compone el elixir, se unen para fructificar y engendrar esta piedra filosófica.
Fáltanos ahora decir el residuo de esta operación, y la que nos resta de hacer se llama aestas; porque, así como los frutos de la naturaleza, por el calor, salen de la tierra y suben a gozar del aire, para llegar después al otoño, esto es, a la naturaleza y perfección, así también en este elixir, por el calor del fuego material, salen de esta tierra y suben al aire, para llegan al otoño a perfeccionarse. Hablando, pues, de esta disposición, contrición y separación, dice (para concluir esta obra) Aristóteles: Ad Alexandrum Regem, en el libro De secretis secretorum, o, Alexander accipe lapidem mineralem vegetabilem, et animalem, et separa elementa. Luego debemos empezar por la separación de elementos, que es así: de esta tierra rubra se han de separar los elementos; esto es, lo puro de lo impuro, lo diáfano del opaco, y lo claro de lo turbio, es como se sigue: puesta esta tierra en los dos vasos urinales con sus alambicos enlodados, entonces pondrás el vaso singular, hecho a este fin, en el aludel sobre cenizas, y el aludel esté seco y bien sigilado, con el luto sobre el horno, dispuesto para esta operación; cada vaso ha de tener su horno y su aludel, y en estos hornos compondrás el fuego, templado de tal suerte, que dentro del horno, en el hondón del aludel, puedas tener la mano sin peligro de quemarse, y en esta disposición y continuada templanza del fuego está la felicidad de la obra, porque si das mucho fuego, la materia se fundirá en los vasos antes que vuelen los espíritus, y antes de secarse dicha materia en el vaso se quebraría todo y se perdería toda la obra.
Dispuestos así los vasos con el templado fuego en sus hornos, entonces el vapor de estas materias sube al alambico en humo sutilísimo, y este humo se convierte en agua limpia, serena y clara que contiene en sí la fuerza y valor de todas las especies, de las cuales se engendran; la cual, engendrada ya y causada en el alambico, baja por el cuerno de ciervo o nariz del alambico, el cual ha de ser agudo, suave y corvo, a manera del cuerno de ciervo. Las primeras gotas de esta agua no sirven, y así no se reciben en vaso alguno; y para saber el verdadero tiempo de recibirlas harás así: después de quince o diez y seis gotas vertidas, tomarás un cuchillo caliente un poco y ponerlo en la boca del alambico, y aguarda que caiga una gota sobre el plano del cuchillo, y si ésta se bulliese y pusiese negra sobre el plano, entonces es tiempo de recibir el agua; y si no, no, porque todavía contiene aquella agua gran porción de flema, y de ésta es preciso que se purgue, y no lo estará verdaderamente hasta que tenga la dicha señal. Conocido, pues, que al agua se purgó de la flema, tendrás dos vasos, para recibir la de vidrio, que tengan el hondón redondo y el cuello largo, como cosa de medio pie, y estos dos vasos sean espesos y fuertes, porque de otra suerte no retendrán al agua, porque su demasiada virtud y fortaleza los quebrará, y estos vasos los pondrás debajo de los alambicos, de modo que entren dentro, juntándolos a los cuellos de los vasos cuanto pudieres, y cúbrelos con un paño de lino seco, y así recibirás el agua. Continuarás el fuego débil por un día y una noche, después aumentarás el fuego, no de golpe, sino es poco a poco hasta doblar el calor, y en este aumento de fuego se ha de continuar hasta que se ponga rubro el alambico, y en apareciendo rubro se ha de mantener en aquel color, y el fuego se ha de continuar en aquel estado, hasta que salga toda el agua que ha de salir, y entonces añadirás más fuego, y hacerlo con llama, para que aquellas partes más gruesas y fuertes salgan también, y este fuego de llama se ha de continuar por seis horas hasta que salga toda el agua fuerte y espesa, y aparece la tierra seca y sin humor, y así quedará el agua bien hecha.
Llámase esta agua, agua de mercurio y de sulfur, porque se engendra y sale de estos dos; llámase también entre los químicos fumo, viento, aceite, agua, aire, fuego, vida, alma y espíritu; y por fin, el nuestro mercurio que buscamos, que es fuego comburente, disuelve todos los cuerpos, con una obra sola, que es con la del otoño: llámase esta agua por los filósofos lapis benedictus, porque no es piedra ni tiene naturaleza de tal, y por esta razón se llama piedra, porque los filósofos llaman piedra a todo aquello de lo cual se pueden separar los cuatro elementos por artificio; porque hecha la separación de ellos por su conjunción o unión en este magisterio al químico; es, a saber, en la obra autumnal se suscita cierta sustancia, a modo de las piedras, que por la admixtión del húmido con el seco se engendra. Llámase, pues, benedictus, porque los elementos separados y después juntos sobre una quinta esencia (como diremos luego) que se llama espíritu de la piedra, y porque el espíritu no aparece, ni se toca, sino es tomando cuerpo en algún elemento, por eso este espíritu, por la nobleza de su naturaleza, toma cuerpo en la noble y superior esfera de los elementos; esto es en la esfera del fuego, quedando siempre en su naturaleza espiritual, y por eso no es fuego ni tiene tal naturaleza de fuego, aunque habita en él; y porque este cuerpo ígneo por su sutileza y pureza no se deja ver de nosotros, y así, mediante los instrumentos idóneos, y la industria, convirtiendo su sutil sustancia, componiendo, condensando, y secando, sublimando, y destilando de la dicha materia, y se convierte en especie de agua, y, manando ésta, se separa y limpia de las superfluidades de la flema. En esta dicha agua todavía no están los cuatro elementos, sino sólo tres, agua, fuego y aire, y estos tres juntamente se purgan y separan de su inmundicia, esto es, de las impuridades de su tierra; en esta separación del agua llamamos elemento ácueo a su humedad, aire a la naturaleza del agua, que hace que todo el cuerpo fluya a manera de gotas de goma; y por esta razón llaman también oleum, o aceite; fuego se llama en esta agua aquella virtud, con la cual quema, calcina y disuelve los cuerpos, en el cual fuego habita el dicho espíritu de las piedras. Separados, pues, estos elementos de su tierra, y hechos espirituales con el espíritu de la quinta esencia, convertidos en agua (como tenemos dicho) se han de juntar a la tierra, para que esta tierra también se haga espiritual como los otros tres elementos.
Ya hemos llegado a la composición de estos tres elementos con el cuarto, que esta es la composición que ocultaron los filósofos; llámase esta composición matrimonio del cuerpo con los espíritus, porque en esta obra se junta el espíritu de la quinta esencia, que está oculto en los tres elementos con nuestra tierra, que es el cuerpo, y se hace la unión o matrimonio, de tal suerte, que la tierra se hace espiritual de naturaleza, sutil, y de espíritu, y desde entonces se empieza a perficionar la virtud; este espíritu de naturaleza térrea, que se dice: quintum ex quatuor generatum, por lo que dice el filósofo: Vis eius integra est, si versa fuerit in terra. Hácese, pues, esta composición, no con las manos, sino es por obra de la naturaleza, a la cual, por magisterio admirable, administramos esta materia, para que opere en ella.
Debe hacerse este matrimonio, luego que el agua esté hecha, y no se debe esperar más que ad summum dos horas, porque se desvanece pronto la virtud de este espíritu; llámase esta obra del otoño, porque así como los frutos llegan a su perfección y madurez en el otoño, así esta agua consigue su perfección en este matrimonio; llámase también impregnatio lapidis, porque cuando se hace este matrimonio, o conjunción de este espíritu, con el cuerpo se impregna la piedra; esto es, el cuerpo, o tierra nuestra, de este espíritu de la quinta esencia, en el vientre de la dicha agua, en el cual vive oculto este espíritu; hácese del modo siguiente:
Lo primero, hemos de suponer, firmísimamente, que aquella tierra, o heces, de las cuales salió esta agua de los tres elementos, se ha de arrojar, porque no tiene virtud alguna, como dice Alfidio: Faecem projice in alia enim hec aqua plantatur, et radicatur, y así se entiende bien lo que dice Aros, que opus istud in uno incipit, et in alio terminatur. Tómese, pues, de nuestra tierra y quítense de ella todas las humedades superfluas, y sepárense de ella, hasta que quede blanca, lúcida, y afinada en un todo; de esta tierra purificada y hecha polvo, tomarás dos cortas cantidades, y la una de ellas échala en uno de los vasos sobre el agua, y la otra porción en el otro vaso, cerrados ambos, y quitándolos el alambico, y dejándolos sobre la cenizas calientes en los aludeles sobre el horno, y luego al punto que sea entrado este cuerpo, cúbranse los vasos estrechamente con un paño de lino seco, e incontinente que esta tierra caiga en dicha agua, empezará a bullirse, si fuese buena y hecha sin error, y si no se bulle, es cierto que se ha errado la operación, porque no disuelve el cuerpo, y así conviene retirar y hacer otra agua. Se han de tener siempre dichos vasos sobre las cenizas cálidas, hasta que el agua deje de bullirse, y en cesando, queda clara, limpia y verde, y nuestra tierra queda líquida y casada con el espíritu de la quinta esencia; después de esta obra tomará otros vasos semejantes a los dichos, y pondrás en ellos esta agua cauta y sabiamente, de modo que aquello que quedó al hondón no se disuelva con el agua clara, y así, en estos vasos bien cerrados, con un paño de lino, guarda a la dicha agua hasta el caso de necesidad: así se impregna esta agua, y se hace el elixir para lo blanco, pero todavía no es perfecto ni consumado el coito, ni matrimonio del espíritu con el cuerpo, sino sólo un verdadero principio y medio para la perfección: llámase este cuerpo que se disolvió en esta agua, temperantia sapientum, o, agua de la vida, y el cuerpo que se delata gumma philosophorum, por lo que dice sin duda Aros: Vide ubi miserunt aquam, ibi miserunt gumma, vele contrario.
Nótese que la primera parte del elixir es blanca y se hace de tierra blanca, y la segunda es rubra porque se hace (como diremos) de tierra rubra, y así parece que hay dos elixires en este arte, pero no hay más que uno verdaderamente, que es para uno y otro; esto es para lo blanco, y para lo rubro ya hemos dicho del modo de composición de la parte alba, ahora diremos de la parte rubra; el filósofo dice: que en esta operación del elixir, que, las mismas son las cosas que blanquean que las que rubifican, y así tres son también las especies que se han de tomar para hacer este elixir rubro, pero con otro pero; es, a saber: de sulfur verde doce onzas, de sulfur blanco seis; de tierra rubra ponderosa seis onzas, y en estos dos pesos sólo se diferencia el agua blanca de la rubra.
Pues de estas especies harás toda la obra ya dicha de invierno, verano, estío y otoño, con la misma separación, contrición, decocción ígnea, en los mismos vasos, los mismos hornos, y aludeles, con la misma separación de la flema del agua, con el mismo matrimonio de la tierra rubra, con el espíritu de la piedra en el agua; empero la tierra rubra se debe separar de otro modo que la blanca de sus superfluidades; y así, antes que esta agua se ponga a purgar, es por su modo, y purificada y limpia, y convertida en polvos o limatura, entonces se pone en el agua ya hecha; pero no se disolverá en ella, porque no es el agua de tanta virtud, si sólo se calcinara en polvos; hecho esto, mueve cautamente el agua y ponla en otro vaso semejante al que tenía antes, de modo que quede el polvo de la calcinación de la tierra rubra sin agua en su vaso, y en aquella agua apartada pondrás algún cuerpo como a la tierra blanca, y se desatará en el agua; deseca, pues, la tierra calcinada y guárdala con limpieza, de modo que no caiga sobre ella otro polvo hasta hacer otra agua, en la cual los disolverás. El agua hecha con estos pesos es más fuerte que la primera, porque ésta no puede disolver al mercurio en el agua, y esta segunda lo desata.
Resta ahora que hagas otra de las dichas especies; pero con esta medida: de sulfur verde doce onzas, de tierra rubra ponderosa nueve onzas, y otro tanto de sulfur blanco, y con estas especies opera y trabaja, como tengo dicho, recibiéndolas del mismo modo; y en esta nueva agua pondrás los polvos rubros calcinados, y si se liquida o desata, y el agua rubra o flava, ésta será la buena y verdadera que buscamos; pero si no se disuelve vuélvela a remover del agua, como hiciste antes, y seca por segunda vez la tierra rubra y guárdala; y así debes reiterar esta agua, aumentando siempre tres onzas de sulfur blanco, hasta que salga el agua que disuelva a la tierra rubra en agua limpidísima.
Indagada y hallada perfectamente esta agua, y disuelta en nuestra tierra rubra, la debes guardar aparte en un vaso cerrado, así como lo hiciste del agua blanca, y del mismo modo la reiterarás con la solución de la tierra rubra, hasta tener cuantidad bastante de la dicha agua rubra: en esta agua preparada de este cuerpo tubro pondrás como dos onzas de limatura, o polvos de esta nuestra tierra, y si pudiese disolver más onzas, pondrás más, y si quedase algo por disolver de dichas cosas, no lo arrojes, sino ponlo aparte, y en la solución de otra agua lo puedes aprovechar; y así el agua primera blanca se llama virgo vel puella, según Alfidio, y Ortulano la nomina sperma femineum album et frigidum; y esta agua rubra se llama iuvenis pulcher habens pulcrum vestimentum, que es el oro, y Ortulano la llama sperma masculino in rubeo calido; mas la primera agua, antes que se disuelva en ella el cuerpo blanco, la llaman urina puellarum, y a la rubra urina virorum.
Hechas, pues, estas dos aguas, se perficiona el elixir de este modo: del agua blanca recibe cuanto hiciste de una vez en los dos vasos, y otro tanto de la agua rubra, y tendrás una calabaza hecha de vidrio fuerte, y espesa, cuya boca está formada a manera de urinal; en este vaso o calabaza juntarás las dos aguas, y saldrá toda el agua flava o citrina, y así queda consumado el elixir para uno y otro, el verdadero matrimonio entre el cuerpo y el ánimo, la perfecta impregnación o coito de la piedra, de lo cual se seguirá buen parto. Esta agua, hecha de las dos aguas es nuestro oro, nuestra plata; el agua celestial y gloriosa, nuestro metal y nuestra magnesia, en la cual dice Aros que están los cuatro elementos o cuatro cuerpos, a los cuales cuerpos llaman nubes, et nives extactae oleum, et butyrum, et lunae spuma. Llámanse también fermento de la piedra por uno y otro, y plomo negro toda nuestra operación, y el huevo filosófico, y toda nuestra sabiduría, la que revela Dios a quien quiere; hablando de esta composición, dice un filósofo químico: Ipsum enim est totum quod querimus, et quod cogitatur; in ipsa enim es fugiens et fixum, tingens, et tinctum, album, et rubrum, masculus, et faemina simul composita compositione inseparabili. Conviene, pues, al que intentare esta obra, no descansar hasta que se mezclen estas especies y se haga la tintura, y al punto que estas dos aguas se mezclen en el vaso, se debe cubrir para que no se exhale nada.
Son necesarísimos en este arte estos dos espermas, porque no se puede hacer verdadera tintura sin esta unión y composición; a estos dos espermas llaman caudadronis, por la razón que veremos adelante; y de todo lo dicho se infiere que se compone este elixir del oro oculto en esta nuestra tierra, limpio de la terrestreidad del sulfur, que se dice sulfur, de sulfur y del argento vivo, que se dice argento vivo de argento vivo; estos dos últimos volátiles y fugitivos, pero conversos juntos y compuestos en fijos.