lunes, 9 de febrero de 2009

La Alquimia

La Alquimia





en la mayoría de civilizaciones tradicionales no es otra cosa que la ciencia del sacrificio de substancias terrestres, la liturgia para transfigurar aquellas artesanías que tratan con la materia "inanimada". La hallamos por doquier, desde la antigua China y en India a través de todas las épocas. En estas tradiciones "mitológicas" en su forma, la alquimia no está restringida a ningún lugar en particular: Si el Espíritu está en todas partes, obviamente también en una piedra ; cuando aquélla única luz, la de la Inteligencia Divina, es manifiesta en el Sol, en un águila y en la miel, ¿es sorprendente que también sea manifiesta en el Oro, y que todo metal es Oro que no se conoce a sí mismo, e incluso en su ignorancia es un "estado" del Oro?. Si el hombre no tiene otro rol que el de reverenciar en el indiviso santuario de su cuerpo y de la naturaleza, ¿es de sorprender que él debiera transmutar el plomo en oro?. Ni tampoco la santidad puede ser dividida, y el "milagro" de la transmutación revela su omnipresencia. La alquimia en las tradiciones metafísicas y mitológicas no tenía más importancia que la danza que expresaba la naturaleza sagrada del ritmo, que mostraba que el reverente circular de los danzantes era el mismo que el de las estrellas, y en la repentina inmovilidad del cuerpo el tiempo "transmutado", el sueño del plomo convertido en el oro puro de un momento de eternidad. Sin embargo la alquimia estaba destinada a tener un significado especial en el dominio de las tradiciones "monoteístas", y particularmente en la cristiana. Aparte de trazas que aún existen en algunas comunidades rurales de Europa, la alquimia, o más generalmente la Hermética, parece haber sido la única doctrina cosmológica que sobreviviese en el mundo cristiano. Ello ha sido por tanto llamada a desempeñar un importante rol "bajo" una religión que proclamaba la "mortificación de la carne" y evitaba la cosmología. De hecho, durante la edad media temprana y hasta los principios del arte gótico, la alquimia no era opuesta a la cristiandad sino que la completaba. A través de ella la efusión eucarística radiaba aún de los estados más pesados de la materia. No era más sólo el pan y el vino que eran transubstanciados sino la piedra, el plomo, la cal de los huesos y de las rocas, vivificadas por la cristiandad; la alquimia dio a ésta una aplicación "técnica" en el ámbito psicocósmico, el cual la cristiandad había soslayado porque su meta no era establecer al hombre en el mundo sino guiarle fuera de él. De modo que la Alquimia no podría haber sobrevivido en occidente sin la tremenda efusión iniciática de la cristiandad; así como la casa arquetípica solo existe debido a la chimenea por la cual ella se comunica con el "cielo" de modo que no hay cosmología posible sino alrededor del estado "central", a través del cual uno puede hallar un camino fuera del cosmos. Pero sin la alquimia el cristianismo no pudiera haber sido "encarnado" en un orden total: habrían habido monjes y santos; no habría habido la idea sagrada de la naturaleza la cual pudiera revestir a las artes y oficios y a la heráldica con su carácter de "misterios menores". En un tiempo en que estamos siendo hundidos por la pesantez, es quizás urgente recordar a la cristiandad que ella no solo aceptó sino que, en los siglos de su más noble encarnación, animó un verdadero "yoga" de la pesantez.
Descripción de la doctrina . -
El significado del oro. -
Pese a la insistencia de los historiadores de la ciencia la alquimia no fue nunca, excepto en sus estados degenerados, una química primitiva. Era una ciencia "sacramental" en la cual los fenómenos materiales no eran autónomos sino que representaban la "condensación" de las realidades psíquicas y espirituales. Cuando es penetrado el misterio y espontaneidad de la naturaleza se torna traslúcido: por un lado es transfigurado por el relámpago, por los destellos de energías divinas, y por el otro incorpora y simboliza aquellos estados "angélicos" que el hombre caído sólo puede vislumbrar por breves momentos, al escuchar la música o al contemplar un rostro humano. Los símbolos no son algo que se "coloque" sobre las cosas: ellos son la estructura misma tal como están en el proceso de perfección en Dios. Para la alquimia, la ciencia del símbolo, no era cuestión, como se ha dicho a veces, de una unidad "material" de la naturaleza, sino de una unidad espiritual; uno casi podría afirmar la Asunción espiritual de la naturaleza, pues ella no es otra cosa finalmente que el lugar de un principio metafísico: a través del hombre el cuerpo del mundo, como sí, la novia de Dios. Esta asunción de la materia es la clave del trabajo alquímico, que simplemente ayuda a las substancias a "sumerjirse en la naturaleza del Padre", esto es, incorporar, conforme a su modo de ser, la mayor luz espiritual posible. "Las criaturas deben sumerjirse en esta naturaleza del padre y tornarse la unidad misma y único hijo. . . "pues ". . la naturaleza, que es Dios, busca solamente la imagen de Dios"" El cobre debido a su naturaleza, puede convertirse en plata, y la plata, por su naturaleza, puede convertirse en oro: Así ni el uno ni el otro se detienen o retardan hasta que esta unidad es realizada. Pues el oro es el más perfecto de los metales, el único cuya densidad de luz expresa mejor la presencia divina en el reino mineral: a través de la continuidad espiritual cada metal es virtualmente oro y cada piedra tórnase preciosa en Dios. Esta transfiguración de la naturaleza- la memoria del Edén y la espera de la segunda venida(la Parusía)- pueden en el presente tener efecto sólo en el corazón del hombre, el ser central y consciente de la creación. En efecto, que al ser así "el ojo del corazón" puede ver el oro en el plomo y el cristal en la montaña, debido a que él puede ver el mundo en Dios. La Alquimia, como todas las ciencias "tradicionales" fue por tanto un esfuerzo inmenso para despertar al hombre a la omnipresencia divina. Su importancia radica en él haber enfatizado esta omnipresencia en la oscura pesantez: allí donde menos hubiera buscado la perspectiva pseudo mística e idealista; allí donde, de acuerdo con la inversión analógica de una "visión sacramental", la divina omnipresencia se "contrae" y más fuertemente se retira dentro de sí misma. Si la producción de oro metálico ha sido lograda a veces, ello fue simplemente una SEÑAL. No fue mas que el milagro del santo cuya mirada transforma al pecador. Así como el santo ve en el pecador la posibilidad de la santidad metálica, esto es, de oro. Y esta visión era "operativa".
Pero el alquimista no buscó que hacer oro. Ese no era el verdadero significado de su trabajo. Su propósito era unir su alma tan íntimamente con aquello en los metales que le pudieran recordar que ellos están en Dios, esto es, que ellos son oro. El alquimista medieval realizó la palabra de Cristo a la letra: él proclamó las buenas nuevas a todas las criaturas "La piedra es el Cristo", todos los textos herméticos de la edad media repiten esperanzadoramente. A través de su visión del oro crístico el alquimista podía transformar todo "metal imperfecto", pero lo hacía sólo raramente, pues, como santo sabía que el tiempo para la transfiguración cósmica aún no había llegado.
El verdadero rol del alquimista era doble: por un lado él ayudaba a la naturaleza sofocada por la decadencia humana a respirar la presencia de Dios. Ofreciendo a Dios la oración del Universo, él anhelaba el universo en el ser y renovaba su existencia. Los textos le llaman Rey; como secreto rey él confirmaba el orden del tiempo y del espacio, la fecundidad de la tierra productora del grano y del diamante, como lo hacían los reyes de las antiguas sociedades, como el emperador de china hasta los comienzos del siglo veinte. En segundo lugar, el alquimista, en el plano humano, "despertaba" a las substancias y al oro mismo a su verdadera naturaleza, las usaba para preparar elíxires que daban "longevidad" al cuerpo y fuerza al alma: el "oro bebible" era un oro despertado a su calidad espiritual, y reflejaba en su orden la "medicina de inmortalidad" como San Ambrosio dijo de la eucaristía. El verdadero rol del alquimista era celebrar analógicamente una misa cuyas especies no eran sólo pan y vino, sino toda la naturaleza en su conjunto.
La lógica de la alquimia. -
La lógica de la alquimia implica un movimiento doble: "verticalmente", ella era una lógica simbólica, llevando la manifestación de regreso a su principio, la apariencia a la realidad, el mundo a Dios: Una lógica de reintegración. "Horizontalmente", en el plano humano-cósmico, era una dialéctica de complementarios que enfatiza en todas partes la viviente tensión de los contrarios: Una lógica de amor y guerra.
Una lógica de reintegración. -
La alquimia implicaba, en la sensación misma, un pacífico y desapegado amor del mundo. Pues el mundo de la alquimia, como el de las tradiciones "mitológicas" cuya herencia ella transmite, era a la vez un mundo viviente y transparente, un cuerpo grande y sagrado, un anthropos inmenso parecido en todo al pequeño. La naturaleza, podría decirse, era a la vez el cuerpo de Dios y el cuerpo del hombre. Todo era vida, todo era alma, todo el aliento divino de Dios; la sangre del sol hizo crecer al embrión dorado en la matriz de las montañas. Los siete planetas en el cielo, los siete metales engendrados por ellos sobre la tierra, los siete centros de vida, los que, desde el sexo a la cabeza, gravitan en el hombre alrededor del corazón-Sol , eran las variadas encarnaciones de la misma estructura de la palabra; Y las siete notas de la escala manifiestan también aquélla "música del silencio" que baña la creación, refulge alrededor de los santos y está inmovilizada en el oro. Por eso es que el alquimista, como el caballero cuyo "noble beso" libera a melusina de su ambigua condición, reveló en la naturaleza que vela a Dios, la naturaleza que le hace manifiesto. "Aprended que el propósito de la ciencia de los antiguos que elaboraron simultáneamente las ciencias y las virtudes es aquello de lo cual todas las cosas proceden, Dios invisible e inmóvil cuya Voluntad despierta la inteligencia; a través de la Voluntad y la inteligencia aparece el alma en su unidad; a través del alma nacen las distintas naturalezas, las que, a su vez, generan todos los compuestos. Así uno ve que sólo puede conocerse una cosa si uno conoce lo que es más elevado que ella. El alma es más elevada que la naturaleza, y, a través de ella, la naturaleza puede ser conocida; finalmente la inteligencia no puede hacer otra cosa que dirijirnos de regreso a lo que es más elevado que ella, al Dios único, quien incluye a la inteligencia y cuya esencia no puede ser captada"(liber Platonis Quartorum). Este texto que hace marcadamente claro el trasfondo metafísico de la alquimia, prueba que ella era esencialmente "interior"; la "ciencia del balance", pesa y satisface a la vez el deseo del alma del mundo que se halla dentro de cada "naturaleza", y el deseo del espíritu divino que se halla guardado en el alma del mundo. El alquimista revierte la cosmogonía: disolviendo "durezas" materiales en pura vida, él hace en sí mismo, meditando sobre la belleza natural y sobre aquella "simpatía" que mantiene las cosas juntas, la unidad del alma del mundo, hasta que, en su centro, esto es en su propio corazón, hace que surja el fuego solar del espíritu. Luego éste fuego se encarna a través de una cosmogonía más elevada en la que el espíritu, en vez de involucionar, él mismo en materia, lo abraza y transforma todo: transforma el plomo en oro y el cuerpo del hombre en cuerpo de gloria. La alquimia es efectuada, como Henri Corbin ha dicho, en una "física de la reducción".