lunes, 9 de febrero de 2009

DEDICATORIA

la Excelentísima señora doña Luisa Centurión, etc., marquesa de Almarza, y Flores de Ávila, etcétera.
SEÑORA:
Desde la hermosa, apacible confusión de estos bosques, en donde vivo sobredorando lo siervo con los subidos quilates de vasallo, remito a Vuestra Excelencia la Piedra filosofal, para que sea también de toque, en que se acredite y pruebe el oro finísimo de su veneración. Con vanidad la entrego a la experiencia, y en todo tiempo responderé por su buena ley, pues en el crisol del agradecimiento, artífice el alma, despegó su espíritu de las impurezas que padece el más bien dispuesto mineral de nuestra frágil organización. El cuidado de este papel (que digo yo que me remite el Ermitaño) es persuadir que puede el artificio y la observación trabajar una Suma Medicina para enriquecernos y librarnos de toda futura y presente enfermedad; la primera parte es despreciable en Vuestra Excelencia, porque no contiene el mundo preciosidad que pueda hacerla más poderosa. La segunda, que cuida de la salud, es la que con más gusto mío (y como menos falsa) remito a Vuestra Excelencia como quien desea tanto su vida; y por si en mis escritos se descubren algunos secretos que con evidencia libren de futuras enfermedades, he querido que sea Vuestra Excelencia quien primero los disfrute; y cuando no se me logre esta buena intención, sírvase Vuestra Excelencia con el deseo de quererla inmortal.
Otras vecesseñor, mis felicidades; y si dejara a la pluma , en lo sucio de mis planas parlé a Vuestra Excelencia y al marqués, mi que dictase las abundancias del dichas; pero como ésta es sospechosa lisonjera y ánimo, cada instante pregonará sin descanso mis en las dedicatorias tienen perdido el crsustento en el labio, esperando sólo en el édito las expresiones, las sufro en el alma y decirlas la deseada ocasiagradecimiento, volveré a repetir que estando a los ón de acreditarlas; y en cuanto a este beneficio y mi pies de Vuestra Excelencia me burlarhalagos y sus gestos los conozco embustes, sus é a cara descubierta de la fortuna: sus propuestas mentirasdesgracia mía pudiese más un coraje que mi , y sólo a empujones podrá arrojarme de tal sagrado; y si por cuidadoquiera parecer empleo y conveniencia, y sólo , me ocultará para siempre el monte que hoy me sufre y huiré de todo lo que serdescomodidad, pues a todo lugar y en todo tiempo á un retraimiento o abandono mi destino, contento siempre en la mayor arrastrarcomido su pan y hollado sus umbrales no me la podría é la dulcísima cadena de mi servidumbre, y ya la honra de haber quitar la men la feliz compañía del marqués, mi señor, los años ás avarienta desventura. Guarde Dios a Vuestra Excelencia que puede y yo deseoAbril, treinta de mil setecientos y veinte y seis.. De este retiro de Vuestra Excelencia, Valverde, y
Excelentísima señora.
Besa los pies de Vuestra Excelencia, con toda veneración y respeto,
Su siervo,
Diego de Torres Villarroel.
Al lector
Prólogo que es preciso que lo lea, y si no, se quedará en ayunas de la obra, que éste no es como otros, que más han sido bachillerías que advertencias.
Desenojando a la vida de las porfiadas razones de la urbanidad (trabajosa ocupación del ocio cortesano) y aficionando al espíritu más en las verdades de la naturaleza que en las voluntarias leyes del melindre, estoy, lector mío, en la suave sola situación de estos carrascos, salvaje racional de estas malezas; aquí me visita el tiempo más despacio, y se detiene conmigo algunos ratos: sólo en la aldea conozco que es caduco, porque me viene a ver con muletas, y allá me visitaba con alpargatas; en los pueblos corre, y en estos retiros descansa; por soplos me contó los años en la corte, y os huyeron los meses sin razón ni cuenta, y por estas soledades viene arrastrando las horas, de modo que pasan con su cuenta y razón; en cualquier lugar es sueño la vida y muerte el hombre; pero aquí vivo siquiera lo que sueño, y me voy acabando más acomodado y menos enfermo, porque el Sol, el aire y el humiento calor de los tizones (médicos examinados por la Providencia) me curan y desecan las húmedas hinchazones de que se queja el más cerrujo de la corte; respiro sin quejas, paseo libre, miro sin estorbos, discurso poltrón y me gasto las horas como yo me lo mando, sin vecinos ni visitas, que son las dos tarascas que se engullen las vidas; estudio mucho en huir de las penas y cenas, que éstas, cuando vienen a buscar a un desdichado, se traen de camino la mortaja, y el pobre humor que se descuida, dan con él en tierra: recibo las pesadumbres cuando vienen lloradas y enjutas; a las desdichas no las abro la puerta, que mi organización es posada de arrieros más locos, y una locura en cualquiera parte se acomoda, y las señoras penas, como se precian de graves, no se pueden esparcir en mi fantasía, y es ruin mesón mi espíritu para tan hinchada soberbia; ceno poca carne, y en abreviatura, doy gracias a Dios; me acuesto temprano, y doy gusto al gran Avicena, señor del aforismo, y a sus secuaces les niego el atributo que les paga nuestra glotonería.
Libre el alma de estos sustos, retoza el animal con un desahogo que hace menos pesados los humores; el cuerpo se baña en un sayo vaquero, entre sotana y caperuza, los ijares se chapuzan en un par de calzones miqueletes, en donde se acomodan los lomos, convaleciendo de los estrujones del traje, polaina justa, zapato pecador de cuatro suelas, bueno para edificio, porque es ancho de cornisas, y la nuez del pescuezo hecha piernas, desde el hueso esternón hasta la mandíbula, sin que la tenga de las agallas el garrote de cuellos, golillas, corbatas, ni otros arreos, a quienes se les puede perdonar el adorno por la carga.
Los alientos, que estaban tísicos, las fuerzas éticas, las respiraciones dificultosas, y todos los movimientos emplastados de la ociosidad, ya van cobrando su nativo valor con el nuevo ejercicio; a todos doy a beber los sabrosos cordiales del esparcimiento ya arrojando un canto, apedreando un cuerno (que esto se llama jugar a la calva), y esto lo ejercito pocas veces, que por acá hay pocas calvas con cuernos, al revés de otras poblaciones, que no hay calva, por estéril que sea, que no brote estos duros pelambres; ya burlando a un novillo, haciendo sudar a un caballo, y ya rodando un monte por asustar un pájaro, tareas todas, aunque reñidas con la seria política, gustosas y acomodadas a la vida natural; pues una tarde (aquí va empezando lo preciso del Prólogo) estaba yo bien entretenido con las tres personas de este pueblo, birlando a competencia nueve bolos, cuando me apartó de su compañía y mi diversión un criado que me traía las cartas que, desde la corte y otras partes, me escriben algunos amigos que no me han querido olvidar; llevóme la atención una más abultada que las regulares, de un pliego, y abriéndola, me hallé (por no cansarte) dentro del sobrescrito aquel cartapacio alquimista que me había ofrecido el Ermitaño que me recogió la noche triste de la mula; llegaron los colegiales de campiña y saber novedades, y habiéndoles leído la Gaceta, les dije: «Aquí viene una obra de gran consideración, hagamos rancho, y vamos leyendo.» «Que nos place», dijeron los tres; yo leí, y aquellas hojas, en donde se explica en latín el Ermitaño, se las construía yo, de modo que quedaba contenta en sencillez. Uno de ellos, que es el Cicerón de este concejo y el Aristóteles de esta ribera, levantándose de un poyo, en donde estuvo leyendo con toda atención, dijo: «Ello bien claro lo dice, y a fe que el Ermitaño no es como los de esta tierra, que son unos porros, que sabe un punto más que Satanás; pero aunque él lo asegura tanto, a mí me parece más fácil sacar esa Piedra de la vejiga del diablo que del mercurio, y es mucho que esos chinos, o como se llaman, hayan tenido Piedra, desanguándose tanto por todas partes; pero en fin, sáquese o no se saque, yo me he alegrado tanto de oíllo, que si Dios me diese algún hijo en la mi moger, lo he de poner a sulfurco y pedrero, que todos los hijos de la piedra son muy dichosos, y ahora se me ha venido al caletre, que antaño pasó por esta serranía un astróligo de estos, y de las hierbas del campo y los mocos que arrojaba el herrero hacía agua muy clara, y diz que a sus solas formaba oro y plata.» Estas razones dijo el noticioso patán; y yo, respondiendo a él, y hablando contigo, lector, dije: «El intento del Ermitaño en esta obra es persuadir con la natural Filosofía, que del mercurio y el sulfur se compone una unión de elementos, y en ellos se oculta una quinta esencia, que con ella y otras especies vertidas en todos los cuerpos metálicos y humanos, los purga y modifica las superfluidades, flemas, impurezas, y otras enfermedades; esto es, al impuro estaño lo limpia de aquella virtuosidad y lo deja plata, al sucio cobre lo purga de sus flemas y lo transmuta en oro, y al cuerpo humano lo libra de las enfermedades presentes, y reserva de las futuras de cualquiera especie y condición que sean; los preceptos que da el Ermitaño para formar esta Suma Medicina son muy racionales, y aunque yo en la primera parte de esta obrilla los aborrecí, fue por no estar enterado en sus principios, y porque no entendí las metáforas con que se explican en sus libros estos filósofos enigmáticos; entendiéndolos tú, lector amigo, podrás hacerte de oro, y robusto de salud (si la operación sale conforme te aseguran estas doctrinas), y cuando esto no logres, te enriquecerás, a lo menos con las voces de una graciosa Filosofía ignorada en nuestra España; yo la he leído, pero no he procurado la experiencia; si se me detienen algunos cuartos, puede ser que los gaste en hornillas y alambiques, y como encuentre esta Piedra, te prometo de decírtelo con tal claridad, que no necesites más maestro (que todavía no está explicada a mi satisfacción esta obra, y el Ermitaño no ha querido vomitar todo el veneno); y si no la encuentro, también te avisaré, que a mí me tiene gran cuenta festejarte y servirte, porque tú eres mi piedra filosofal, de donde yo saco con más seguridad el oro, la plata y el cobre. Y con esto a Dios, que no se me ofrece más. VALE.