lunes, 9 de febrero de 2009

LOS SIETE CAPÍTULOS

LOS SIETE CAPÍTULOS Hermes CAPITULO I Esto es lo que dice Hermes: Durante el tiempo que he vivido no he cesado de realizar experiencias y siempre he trabajado, sin cansarme. No poseo éste arte y ésta ciencia sino por la única inspiración de Dios; El es quien la ha querido revelar a su servidor, El es quien ha dado el medio para conocer la verdad a quienes saben usar de su razón y El jamás ha sido la causa de que alguien haya seguido el error o la mentira. Por mi parte, y si no temiera el día del Juicio y la posibilidad de ser castigado por haber ocultado ésta ciencia, no hubiera dicho nada y nada habría escrito para enseñarla a quienes habrán de venir después de mí, pero he querido dar a los fieles aquello que les debo, y enseñarles lo que el Autor de la fidelidad me ha querido revelar. Escuchad pues, hijos de los sabios filósofos, nuestros predecesores, pero no de un modo corporal o desconsiderado, la ciencia de los cuatro elementos que son pasibles y que pueden ser alterados y cambiados por sus formas y que están escondidos junto a su acción; porque su acción está escondida en nuestro elixir, y éste no podría actuar si no estuviera compuesto de la muy exacta unión de éstos elementos, y no será perfecto hasta que no haya pasado por todos sus colores, de los que cada uno denota el dominio de un elemento particular. Sabed, hijos de los Sabios, que hay una división en el agua de los antiguos filósofos, que la divide en otras cuatro cosas. Una es de dos, y tres son de una, y al color de éstas cosas, es decir, al humor que coagula, pertenece la tercera parte, y las otras dos terceras partes son para el agua: Estos son los pesos de los Filósofos. Tomad una onza y media del humor, y la cuarta parte de la rojez meridional, o del Alma del Sol, que será de una media onza, y tomad la mitad de Oropimente, que son ocho, es decir, tres onzas. Y sabed que la viña de los Sabios se extrae en tres y que su vino es perfecto al terminar las treinta. Concebid como se hace la operación: La cocción lo disminuye en cantidad y la tintura lo aumenta en calidad; porque la Luna comienza a decrecer después del decimoquinto día y crece al tercero. Esto será, por tanto, el principio y el fin. He aquí que os acabo de declarar lo que estaba escondido, pues la obra está con vosotros y en vosotros, de modo que si la encontráis en vosotros mismos, donde está continuamente, también la tendréis siempre y en cualquier parte en que os encontréis, sea en la tierra o en el mar. Por lo tanto, guardad la plata viva que se produce en los lugares o gabinetes interiores, es decir, en los principios de los metales compuestos de ella, donde está coagulada, pues ésta es la plata viva que se llama tierra que Permanece. Aquel que no entienda mis palabras, que demande inteligencia a Dios, que de ningún malvado justifica las obras, más no rehusa a ningún hombre de bien la recompensa que le es debida. Pues yo he descubierto todo lo oculto de ésta ciencia, he revelado un gran secreto y he explicado toda la ciencia a quienes sepan entenderla. Así pues, vosotros, investigadores de la ciencia, y vosotros, hijos de la Sabiduría, sabed que, cuando el buitre está en la montaña, grita en voz alta: ¡ yo soy el blanco del negro, y el rojo del blanco, y el anaranjado del rojo! Ciertamente, digo la verdad. Sabed también que el cuervo que vuela sin alas en la negrura de la noche y en la claridad del día, es la cabeza o comienzo del arte. El color lo toma de la amargura que está en su garganta, y la tintura sale de su cuerpo, y de su espalda se extrae un agua verdadera y pura. Por tanto, comprended lo que digo y de éste modo recibid el don de Dios que yo os comunico, pero ocultadlo a todos los imprudentes. Es una piedra honorable que está encerrada en las cavernas o profundidades de los metales; su color la hace brillante; es un alma, o un espíritu sublime, y un mar abierto. Yo os la he declarado: dad gracias a Dios porque os ha enseñado ésta ciencia, pues El ama a quienes aprecian sus dones. Por tanto poned esta piedra, es decir, su materia, en un fuego húmedo, y cocedla. Este fuego aumentará el calor de la humedad y matará la sequedad de la incombustión, hasta que aparezca la raíz, es decir, hasta que el cuerpo sea resuelto en su mercurio. Después de esto, haced surgir la rojez de la materia, y su parte ligera, y continuad haciéndolo hasta que no quede más que una tercera parte. Hijos de los Sabios, si se ha llamado envidiosos a los Filósofos no es porque hayan querido, jamás, ocultar nada a las gentes de bien ni a quienes viven piadosamente, ni a los legítimos y verdaderos hijos de la ciencia, ni a los sabios, si se les ha llamado así es porque la esconden a los ignorantes, es decir, a quienes no saben lo suficiente como para conocerla, a los viciosos y a quienes viven sin ley ni caridad, por temor de que, por éste medio, los malvados se pudieran volver poderosos y cometieran toda clase de crímenes, de los que, ante Dios, serían responsables los Filósofos pues todos los malvados son indignos de poseer la Sabiduría. Sabed que a ésta piedra yo la llamo por su nombre: si los filósofos la llaman Mujer de la Magnesia, o Gallina, o Saliva Blanca, o Leche de las Cosas Volátiles, y Ceniza Incombustible, es con el fin de esconderla a los impru- dentes, que no tienen ni sentido, ni ley, ni humanidad. Pero yo la he denominado con un nombre muy conocido al llamarla Piedra de los Sabios. Conservad el mar, el fuego y el volátil del cielo en esta piedra, hasta su aparición. Y os conjuro a todos, ¡oh, hijos de los Filósofos! en nombre de nuestro Bienhechor, a fin de que se os haga una gracia tan singular como es la de no declarar jamás el nombre de ésta piedra a ningún loco, a ningún ignorante, ni a nadie que sea indigno de tal cosa. Por lo que a mi concierne, puedo decir que nadie me ha dado nada sin que yo se lo haya devuelto enteramente. Jamás le he faltado al respeto que le debo y siempre he hablado honrosamente de él. Hijo mío, ésta piedra está envuelta de muchos colores que la esconden, pero sólo hay uno que indique su nacimiento y entera perfección; sabed cual es ese color y jamás digáis nada de él. Con la ayuda de Dios Todopoderoso, esta piedra os librará de todas las enfermedades, por graves que sean, os preservará de toda tristeza y aflicción y de todo cuanto os pueda dañar en cuerpo o en espíritu. Además, os conducirá de las tinieblas a la luz, del desierto al hogar y de la necesidad a la abundancia. CAPITULO II Hijo mío, ante todo te advierto que has de temer a Dios, pues El es quien hará que tu operación resulte y quien unirá cada uno de los elementos separados. Hijo mío, ya que no te considero privado de razón, ni insensato, has de razonar todo lo que se te dirá acerca de nuestra ciencia, recibir mis exhortaciones y meditar sobre las lecciones que yo te impartiré, hasta que las entiendas, como si tú mismo fueras su autor. Del mismo modo que aquello que naturalmente es cálido no puede volverse frío sin ser alterado, así también, quien usa bien de su razón ha de cerrar la puerta a la ignorancia, por temor de que, al creerse seguro, se equivoque. Hijo mío, toma el volátil, sumérgelo hasta que se eleve y sepáralo de su herrumbre, que lo mata. Quítala y apártala de él con objeto de que se transforme en viviente, según es tu deseo. Después de esto ya no deberá elevarse en el vaso, sino que deberá retener y fijar visiblemente todo cuanto haya de volátil. Pues, si lo apartas de una segunda aflicción, después de retirarlo de la primera y si durante los días, de los que ya sabes el número, lo gobiernas con destreza será para ti una compañía como la que necesitas, y separándolo, serás su dueño y él te servirá de adorno. Hijo mío, del rayo de luz separarás la sombra y todo cuanto tenga de impuro, pues sobre él hay nubes que lo esconden e impiden que brille, a causa de que está quemado por la presión y la rojez. Toma esta rojez que ha sido corrompida por el agua, de igual manera que la ceniza viva contiene el fuego, y si la retiras de modo que la rojez quede limpia y purificada, harás una unión en la que él se calentará y reposará. Hijo mío, vuelve a poner en el agua, durante los treinta días que ya sabes, el carbón, cuya vida ha sido extinguida. ¡Oh, obra nuestra, que reposas sobre el futuro de éste Oropimente que no tiene ninguna humedad! He aquí que he colmado de alegría los corazones de aquellos que esperan en ti, ¡oh, elixir nuestro! y he alegrado los ojos de los que te estiman, con la esperanza del bien que contienes en ti. Hijo mío, ten por seguro que el agua está encerrada, primeramente en el aire, y después en la tierra, por eso la has de hacer subir hacia lo alto a través de sus conductos y transformarla con discreción; seguidamente la has de unir a su primer espíritu rojo, que previamente ha sido recogido. Hijo mío, te digo que el unguento de nuestra tierra es un azufre, Oropimente, Goma, Colcotar, que es azufre, Oropimente e, incluso, diversos azufres y cosas parecidas, a cual más vil, y entre ellas hay diversidad. De ellas proviene el ungüento de la Cola, que son pelos, uñas y azufre. De ahí también viene el Aceite de las Piedras, y el Cerebro, que es el Oropimente. De ahí, a su vez, proviene la Uña de los Gatos, que es Goma, y el unguento de los Blancos, y el unguento de las dos Platas vivas Orientales, que persiguen los azufres y contienen los cuerpos. Además digo que el azufre tiñe y fija, y que está contenido y encerrado, y que se produce por la unión de las tinturas. Y los ungüentos tiñen y fijan lo que está contenido en los cuerpos, y por éste único medio se realiza la unión de las cosas volátiles con los azufres aluminosos, que retienen y fijan todo cuanto hay de volátil. Hijo mío, la disposición que buscan los Filósofos es particular de nuestro Huevo, y no se encuentra en el huevo de gallina; sin embargo hay algún parecido entre nuestra divina obra, que es la obra de la Sabiduría, y el huevo de la gallina, debido a que en una y en otro los elementos están unidos y puestos en orden. Sabe pues, hijo mío, que de éste parecido y de ésta proximidad de naturaleza se puede sacar una gran enseñanza para el conocimiento de nuestra obra; pues en el huevo de gallina hay una sustancia que representa la materia acuosa de la obra, llamada espiritual o espíritu, y hay otra parecida al Oro, que es la tierra de los Filósofos; y en estas dos sustancias se nota de modo visible la unión y el ensamblaje de los cuatro elementos. El hijo ha preguntado a Hermes: los azufres que convienen a nuestra obra, ¿son celestes o terrestres? y Hermes ha respondido: los hay celestes y los hay terrestres. El hijo le ha dicho: padre mío, creo que el Cielo es el corazón de las cosas superiores, y que la tierra lo es de las inferiores. A ello, Hermes ha respondido: no dices bien; pues el macho es el cielo de la hembra y la hembra es la tierra del macho. A continuación, el hijo le preguntó: ¿cual de los dos es más digno de ser el cielo o de ser la tierra? Hermes respondió: tienen necesidad el uno del otro, porque en todos los preceptos no se pide sino mediocridad, como quien dice: el Sabio gobierna a todos los hombres; pues el mediocre es el mejor, dado que cualquier naturaleza se asocia y mejor se une a lo que le es semejante, y nuestra ciencia, que se llama Sabiduría, nos hace ver que sólo se unen las cosas mediocres y templadas. Dijo entonces el hijo: padre mío, ¿cual de ellos es mediocre? Y Hermes respondió: en cada naturaleza hay tres de dos. El agua es necesaria en primer lugar, después el ungüento o azufre, y las heces o impurezas que permanecen abajo. El Dragón se encuentra en cada una de estas cosas: las tinieblas son su morada, y la negrura está en ellas, y por esta negrura asciende al aire, y éste aire es el cielo, donde él comienza a aparecer como por su oriente; pero dado que éstas cosas se elevan como un humo y se evaporan no son, por lo tanto, ni permanentes, ni fijas. Haz salir el humo del agua, quita la negrura del ungüento y expulsa la muerte de las heces y de la impureza; y una vez realizada la disolución por la victoria que las dos materias obtienen una sobre la otra, y uniéndolas de modo que se mantengan juntas, entonces se tornarán vivientes. Hijo mío, has de saber que el ungüento mediocre, es decir, el fuego, ocupa el medio entre las heces y el agua, porque se las llama ungüento y azufre, y hay una gran afinidad entre el fuego, el aceite y el azufre, pues del mismo modo que el fuego lanza una llama, así mismo hace el azufre. Sabe, hijo mío, que toda la Sabiduría del mundo está por debajo de la Sabiduría que yo poseo, y todo lo que su arte puede hacer consiste en restituir esos elementos ocultos y encerrados, lo cual es una cosa maravillosa. Por tanto, aquel que desee ser iniciado en esta Sabiduría oculta que poseemos, ha de rehuir el vicio de la arrogancia, ser piadoso, ser hombre de bien, tener un profundo razonamiento y guardar los secretos que le hayan sido descubiertos. Además, te advierto hijo mío, que nada sabe y nada avanzará, quien no sepa mortificar, hacer una nueva generación, vivificar los espíritus, purificar, introducir la luz hasta que los elementos se combatan, se coloreen y sean limpiados de sus manchas, como son la negrura y las tinieblas. Pero si sabe lo que acabo de decir, será elevado a una gran dignidad, hasta el punto que los Reyes sentirán veneración por él. Hijo mío, estamos obligados a guardar éstos secretos y a esconderlos de todos los malvados y de aquellos que no tienen ni la suficiente sabiduría, ni la discreción suficiente como para guardarlos y hacer buen uso de ellos. Además has de saber que nuestra piedra está hecha de muchas cosas y de muchos colores, que está hecha y compuesta de cuatro elementos unidos, que hemos de separar éstos elementos, desunirlos y ponerlos aparte, como si fueran distintas piezas. También hemos de mortificar en parte la naturaleza o principios que están en esta piedra; conservar el agua y el fuego que están en ella y que están compuestos de los cuatro elementos y retener o fijar sus aguas por su agua, que no es, sin embargo, agua en cuanto a su forma exterior o aparente, sino un fuego que asciende sobre las aguas conteniéndolas en un vaso que ha de estar entero y sin fisura, para que los espíritus no se escapen y no salgan de los cuerpos. Si son retenidos así, se tornan fijos y tingentes. ¡Oh, bendita forma o apariencia del agua Póntica que disuelve los elementos! Y a fin de que, con ésta alma acuosa poseamos la forma sulfurosa, es decir, a fin de que la composición, que es parecida al agua, se convierta en tierra o azufre, es preciso que la mezclemos con nuestro Vinagre. Pues, cuando por potencia y virtud del agua, se disuelva el compuesto, tendremos entonces la llave o el medio asegurado de restablecerlo y rehacerlo. Entonces la muerte y la negrura los abandonan y la Sabiduría, es decir, la obra de la Sabiduría, empieza a aparecer. Quiero decir que el Artista conocerá con ello que ha conducido bien y sabiamente su operación, y que está en la verdadera vía que han seguido los Filósofos. CAPITULO III Has de saber, hijo mío, que los Filósofos hacen lazos, o fuertes ligaduras, para combatir contra el fuego, porque los espíritus desean estar y se complacen en habitar los cuerpos que han sido lavados. Y cuando los espíritus se unen a ellos, éstos espíritus los vivifican y en ellos permanecen, y los cuerpos retienen estos espíritus sin dejarlos jamás. Entonces, los elementos que están muertos se transforman en vivientes y tiñen los cuerpos compuestos con tales elementos. Se alteran y cambian y hacen obras admirables y permanentes, como dice el Filósofo. ¡Oh, forma acuosa del agua permanente que creas los elementos con los que está compuesto nuestro Rey y que, con un régimen templado, después de adquirir la tintura y uniéndote a tus hermanos, reposas, porque has llegado a tu fin ! Nuestra piedra muy preciosa, arrojada al estercolero, nos es muy querida aunque considerada en su conjunto sea vil e incluso muy vil; entonces deberemos mortificar y vivificar dos mercurios a la vez, que son el mercurio del Oropimente y el mercurio oriental de la Magnesia. ¡Oh, que gran obrera es la Naturaleza, que crea los principios naturales y retiene lo que éstos principios tienen de mediocre después de separar de ellos las crudezas y groseras impurezas. Esta Naturaleza ha venido con la luz y ha sido producida con la luz, que ha dado nacimiento a una Nube tenebrosa, y ésta Nube es la madre de toda la obra. Después de haber unido al Rey coronado con nuestra Hija roja, ésta, a través de un régimen de fuego templado que no pueda dañar nada, concebirá un Hijo, que se unirá a ella y permanecerá encima de ella. Ella nutre al Hijo y gracias a éste pequeño fuego lo torna fijo y permanente, y así, el Hijo vive de nuestro fuego. Y cuando se deje el fuego sobre la hoja de azufre será necesario que el término de los corazones penetre en él, que así sea lavado y que así la suciedad se aleje de él. Entonces se transforma, y cuando sea retirado del fuego, su tintura permanecerá roja como la carne viva. Nuestro Hijo, que ha nacido Rey, recibirá su tintura del fuego, tras lo cual la muerte, el mar y las tinieblas lo abandonarán, porque se transformará en viviente, se desecará, se convertirá en polvo y tendrá un brillo vivo y resplandeciente. El Dragón, que guarda las cavidades, huye de los rayos del Sol. Nuestro Hijo, que estaba muerto, recobrará la vida. Saldrá del fuego siendo Rey y, en su boda y unión, se regocijará. Lo que estaba oculto y escondido aparecerá, manifiesto y evidente y la Leche de la Virgen será blanqueada. El Hijo, después de recibir la tintura, combatirá contra el fuego y poseerá una tintura que será la más excelente de todas las tinturas, porque tendrá el poder de hacer el bien, comunicando esta tintura a sus hermanos, y poseerá en sí mismo la Filosofía, porque él mismo es su fruto y su obra. ¡Venid, hijos de los Sabios, alegrémonos juntos, manifestemos nuestro gozo con clamores de alegría, porque la muerte está consumada. Nuestro Hijo ya reina, lleva la vestimenta roja y va revestido con su púrpura !