lunes, 9 de febrero de 2009

DE LA GENERACIÓN

Después de la contemplación de los tres principios de la naturaleza, hay que decir dos palabras de la simiente. Es un extracto sacado, exaltado y separado de un cuerpo por medio de un licor conveniente, madurado en los vasos propios para la propagación de su especie. El bálsamo natural, que es una esencia espiritual de los tres principios, un espíritu celeste, cristalino e invisible, habitante de un cuerpo visible, anima a la simiente. Esta simiente, como tal, no es un cuerpo sensible, sino más bien su receptáculo; se produce mediante el calor, y esto no por el arte sino por la naturaleza; no podría durar si es procreada por elementos corruptibles; es lo que deberían tener en cuenta los que buscan una Medicina incorruptible en cuerpos corruptibles e imperfectos de los animales, vegetales y minerales. Ninguna simiente puede crecer ni multiplicarse si se la priva de su virtud activa por un calor extraño: el pollo asado ya no engendra. Cada simiente no se mezcla nunca fuera de su reino; los metales no soportan ninguna mezcla de los vegetales; ni los vegetales de los animales, en su procreación. Las simientes de todas clases están espiritualmente instruidas por el Creador para terminar mecánicamente el curso de su procreación en el tiempo determinado, mediante su tintura y su poder, que se manifiesta cuando se quitan los obstáculos; porque hay que apartarlos si debe hacerse una generación legítima, y no existe ninguna materia que no posea sus virtudes particulares y designadas para cooperar (si es pura) con la simiente y marchar de acuerdo con ella hacia el fin destinado por el soberano Creador, siendo imposible que esa virtud interior y exterior permanezca infructuosa si está bien dispuesta. La simiente se viste con un cuerpo elementario adecuado a ella, atrayendo por su virtud magnética el aliento que necesita. Todo esto que acaba de decirse obra sobre los alimentos pasivos, que son la tierra, maciza y grosera, y el agua de iguales cualidades, cuya concentración con los principios activos en una misma materia inseparable, es la obra maestra de los filósofos, o más bien de la gracia y omnipotencia del Eterno, nuestro Dios. De los tres principios de la naturaleza así bosquejados, hay que considerar en la naturaleza de las cosas elementarias tres accidentes, que son: la generación de cada cuerpo es particular, se hace de su propia simiente, y esto en su propia matriz; porque si la simiente no es correcta, o la matriz pura y natural, no se puede hacer ninguna generación. La simiente animal requiere una matriz animal; la simiente vegetal precisa una matriz vegetal, y la simiente mineral ha menester una matriz mineral, todo lo cual debe tenerse bien en cuenta para evitar los errores vulgares, y es precisamente una matriz buena y conveniente la que responde en un todo a la simiente de su reino. ¿Y cómo habría de fracasar para producir su semejante una simiente natural y legítima, debidamente purificada de sus accidentes extraños y nocivos, colocada, ya sea por la naturaleza sin artificio, o bien por el artificio de acuerdo con la naturaleza, en su verdadera matriz? Diariamente vemos a los jardineros y labradores que operan injertando y sembrando en buena tierra, producir lo que aquellos que erróneamente se llaman a sí mismos grandes filósofos, ignoran cómo hacer en el reino mineral. Mas también es imposible, sin la naturaleza, aumentar y hacer crecer por todos los artificios alguna generación, que este artificio se conforme totalmente a la naturaleza, que contiene el orden que el Creador eterno ha prescrito a las criaturas desde el comienzo; ninguna de ellas, ni los mismos Ángeles bienaventurados, tienen el poder de cambiar nada en dicho orden. Por tanto, que quienes ignoran tal orden lo aprendan antes de aventurarse a tentar nada contra el mencionado orden, y si no lo pueden comprender o aprender, harán bien dejando a la naturaleza que obre la generación sin ellos, ya que igualmente se efectuará sin ellos, y opinión suya aparte. Tengo lástima de esos miserables que quieren copiar un original que les es desconocido y trabajar en una operación de la que no sabrían ni hablar siquiera. Como conclusión, diré que aquellos que deseen trabajar imitando a la naturaleza, deben conocer primeramente las simientes y después también las matrices, y entonces, si escogen la verdadera simiente, tal como la naturaleza la ha formado, y si ponen dicha simiente bien purgada y bien acondicionada en esa matriz, encargando la cocción a la naturaleza del fuego inherente en ellos, entonces, digo, podrán alcanzar un éxito favorable. En esa materia no basta conocer la simiente particular de cada cuerpo de los tres reinos de la naturaleza que corrientemente lo tiene inherente en sí mismo; menester además conocer la simiente del Espíritu universal que él infunde admirablemente a los animales, los vegetales y los minerales, sin el que nada subsiste ni se engendra; porque ese Espíritu, ese quinto elemento, ese instrumento del Eterno, es absolutamente imprescindible en la procreación de las cosas. Así como contiene la tintura universal de las simientes, tiene también el poder de obrar sobre lo universal, y debe razonablemente servir de base a la Medicina universal, la que nunca nadie sacó, ni sacará, de un cuerpo particular de los animales, de los vegetales, ni de los minerales. Nada puede nacer de ninguna simiente, si no se pudre mediante un calor natural y suave cuando su sal, previamente disuelta en un licor conveniente, penetra por ese camino la sustancia de la simiente hasta que el espíritu inclinado se forme con su materia un habitáculo apropiado a la multiplicación de su especie. Los animales se multiplican por los animales, los vegetales por los vegetales y los minerales por los minerales; es menester que esto se haga por orden en cada especie, como se ve que el Eterno lo ha ordenado (Génesis, 25); no se efectúa putrefacción sin solución, ni solución sin licor; pero este licor debe ser proporcionado a cada especie, ante todo, de acuerdo con su esencia o su calidad, después, según su cantidad... El segundo artículo necesario a esta generación es el fuego, que debe ser lento y suave, para que el licor que contiene la sal natural de la materia no se separe de ella al evaporarse, lo que causaría la muerte en lugar de la vida. La matriz que contenga la simiente debe estar bien cerrada para concentrar la virtud del espíritu actuante y la materia no debe ser sacada para nada de su matriz, donde trabaja en su putrefacción; porque si sacáis el grano de trigo disuelto durante su putrefacción en la tierra, perecerá. La virtud de las simientes varía según la de las matrices. Las simientes deben ser iguales, tanto el macho como la hebra, sin mezcla, por temor a que la confusión de las especies engendre monstruos. La generación es seguida de la regeneración; es natural o artificial. La natural se efectúa con la única intervención de la naturaleza cuando las simientes en madurez caen a tierra y renacen multiplicándose; la artificial es cuando el obrero opera por medio de la naturaleza e imitándola, y preparando las matrices, como hace el labrador escardando, abonando, regando y preparando la tierra. Así el Filósofo debe tratar su tierra filosófica, cuyos poros son cerrados y compactos; debe humedecerlos, penetrarlos, ablandarlos, hacerles sutiles; nutrirla y hacerla madurar mediante dicha nutrición, haciéndola más que simplemente perfecta capaz por medio de esta regeneración, de multiplicarse a una segunda vida. Ese es el Fénix que renace de sus cenizas; ésa es la Salamandra que subsiste en el fuego; ése es Camaleón universal que tiene el poder de revestirse de todos los colores y propiedades que le opongan. Considerad la relación admirable que tienen las cosas eternas y las temporales, las espirituales y corporales las inmateriales, y ved según las luces que Dios nos ha dado si no hallaréis la imagen, aunque imperfecta, de las cosas superiores en las inferiores. El hombre corrompido por el pecado y sujeto a perdición, debía, mediante la regeneración, remontarse a la gloria de la vida y claridad divinas, de las que se halla secuestrado; por eso, para conseguirlo, ha sido necesario que la palabra inmaterial de Dios descendiese (por decirlo así) del Cielo y se hiciese carne a fin de que ella tomase satisfacción de esta carne perfecta y sagrada para los hombres imperfectos y condenados, los cuales siempre que por la fe se incorporen espiritualmente la perfección y el mérito de esa palabra encarnada, participan de su Eternidad y de su gloria, mientras que los que no participan permanecen en la perdición. Ved, digo cómo ésta maravilla inefable e incomprensible de la sabia Providencia de Dios nos es esbozada y descrita en la criatura subalterna. Para dar (por ejemplo) a los cuerpos imperfectos y corruptibles la perfección y la constancia de que carecen, ¿no es menester que el Espíritu universal y celeste tome su forma y les haga renacer para subsistir, por medio de la regeneración en la segunda vida, como vemos diariamente en los reinos de los animales y de los vegetales? ¿Y la cábala de la filosofía no hace ver a los enterados que este Espíritu universal, incorporado, por una manipulación tan admirable como oculta, a la tierra filosófica, la lleva por los grados que le dicta el curso prescrito de la naturaleza a esa perfección que, hecha suya en seguida por los cuerpos defectuosos y perecederos, les hace renacer a una nueva vida, en la que se hallan fuera de la jurisdicción de los elementos transitorios? Esta reflexión ha descrito la encarnación del Hijo eterno de Dios antes de que fuese manisfestado en la carne, a los Filósofos paganos y obligó a los Magos de Oriente, cuando su aparición, a distinguir y reconocer su estrella y a ir a adorarle a Bethleem. Esta madura reflexión debe llevarnos también a reconocer la misteriosa armonía de la palabra revelada inmensamente y, en una palabra, de las obras espirituales y materiales del Eterno, nuestro Dios, del que incesantemente debemos alabar la Majestad muy elevada que se ha manifestado a nosotros, pobres criaturas indignas, de un modo soberanamente excelente, a fin de prepararnos para magnificarlo algún día en su reino espiritual, como ahora lo magnificamos imperfectamente en su reino material. DE LA CONSERVACIÓN Ahora viene la conservación de las criaturas elementadas, que se hace por las mismas cosas que la generación. Pero como esta conservación se efectúa mediante la absorción de las materias exteriores, hay siempre alguna materia de la cual se apropia y se la incorpora como conveniente a su naturaleza, y alguna materia que rechaza como inadecuada a su naturaleza. El alimento que efectúa esta conservación, es espiritual o corporal; el último es visible y palpable, el primero invisible e impalpable, pero de dos clases diferentes, una de ellas, inherente a la materia nutritiva, es menos depurada; la segunda es bastante más pura puesto que el Espíritu universal, presente en todas las cosas, que es como el gobernador de este espíritu particular y el lazo que une el material visible con el material invisible, es decir, el cuerpo junto con el Espíritu. Cuanto más puros son los elementos y alimentos que nutren algún cuerpo, y desprovistos de impurezas, tanto más perfecta es la nutrición. Lo más capaz de perfeccionar este alimento es la simplicidad de su composición cuando no está hecha de muchas especies diferentes. Cuando este alimento es excelente, puede causar una renovación total en el cuerpo que se apropie de él. La serpiente se renueva o rejuvenece cambiando de piel; el hombre hace otro tanto cuando por la absorción de una Medicina excelente y universal, su cabello blanco se cambia en negro y su piel arrugada en una tez fresca. Lo mismo reverdecen las plantas con la aplicación de la Medicina universal, y el oro se rejuvenece cuando se transforma en licor de Mercurio por el beneficio del fuego. Podría decir muchas cosas acerca de esta conservación, si no temiese hacer un libro en lugar de una carta. DE LA DESTRUCCIÓN Falta hablar de la destrucción de las cosas elementadas, que corrientemente e efectúa por su contrario, cuando una de las cualidades se sobrepone a la otra. Se lleva a cabo, o por medio de la disolución, o por la coagulación; si esta disolución es grosera, la destrucción se hace por medio de heridas, caída, fracción o desecación; la disolución delicada se produce por corrosión y por inflamación. Sin embargo, existe una disolución suave que se efectúa por el camino de la naturaleza y transplanta el cuerpo a una naturaleza más constante y perfecta. La coagulación, en cambio, causa una destrucción cuando el líquido se coagula en forma que esto provoca la destrucción como consecuencia, en tanto que los espíritus y los vapores se desecan o se encierran por obstrucciones. DE LOS ASTROS Terminada esta consideración, se dirigen los ojos, con justicia, hacia las operaciones superiores de las Estrellas destinadas a infundir en los tres reinos sus propiedades distintas para la propagación de sus diversas simientes. La luz inherente a esos cuerpos no puede reposar, sino que continuamente trabaja para elevar la luz inherente a los cuerpos particulares, así como ésta trabaja en atraer la superior. Esta influencia es un espíritu dotado del poder de comunicarse por medio de los rayos de los cuerpos sublunares. Cuando dichas influencias son sencillas, es decir, de una sola Estrella, no obran sino sencillamente. Pero la influencia combinada de los rayos de diferentes Estrellas que unen sus rayos, obran diversamente en los cuerpos inferiores, ya para apresurar, ya para impedir las acciones. Las Estrellas fijas son aquellas cuyo movimiento es menos perceptible por razón de su tardanza, que representa intervalos y las figuras siempre resultan las mismas. Para abreviar, os remito a quienes de tratarlo más ampliamente hacen profesión, deseando decir sólo dos palabras de los Planetas, que son Estrellas cuyo movimiento es visible, su efecto notable, tanto para perjudicar como para beneficiar; su aspecto es muy poderoso, ya sea recto o colateral, ya que obre por conjunción o por oposición. Los principales son el Sol y la Luna, de los que el primero puede llamarse fuente abundante de luz y de calor. El alma del mundo, o Espíritu universal, posee poderosamente a este astro, que se lanza por sus rayos para dar vida y movimiento al universo. Las virtudes de todas las cosas son inherentes al Sol, y su movimiento regula el de las estaciones y de los cuerpos que están bajo la clave de las estaciones. Y como Dios ha querido que las cosas superiores tuviesen su imagen en las inferiores, resulta que se ve una del Sol en el oro, que posee las dilatadas virtudes del Sol, encerradas en su cuerpo, las cuales, reducidas de potencia a acto, tienen poder suficiente para devolver con amplitud a los cuerpos imperfectos o enfermos la virtud solar y vivificadora que les falta. El Sol, por su virtud magnética, atrae a los espíritus más puros y los perfecciona para enviarlos de nuevo por sus rayos, para restaurar y hacer aumentar los cuerpos de las criaturas particulares. La Luna saca su luz y sus influencias del Sol, y los envía de noche a la tierra: asimismo marca con su movimiento acortado los meses. Esta Eva sacada de la costilla de Adán (o Sol) desempeña, en la operación antes mencionada, el oficio de la hembra, y preside en la materia húmeda, femenina y pasiva, tal como lo hace el Sol en la materia seca y activa. Los planetas menores son, ante todo, los Heterodromos, que cumplen su carrera con un movimiento diverso y desigual, son: Júpiter, Saturno y Marte. El primero termina su recorrido en doce años, el segundo en treinta y el tercero en dos años. Los Homodromos, que hacen su camino con una velocidad casi igual, son Venus y Mercurio. El primero termina su circulo en un año y el segundo lo mismo. Hablando de los metales, quizá diga unas palabras respecto a su afinidad y armonía con los Planetas. Sin embargo, dejando aparte a los Meteoros, me contento con deciros en general que se engendran el aire como los minerales en la tierra, de los vapores, y se reducen por la virtud de las Estrellas y de ciertas formas; son de cuatro clases, según los Elementos: los Cometas y Estrellas fugaces, que son rayos de la naturaleza del fuego; el viento de la del aire; la lluvia y el granizo del agua; las piedras, de los rayos y de la tierra. DE LOS TRES REINOS DE LA NATURALEZA Y EN PRIMER LUGAR, DEL REINO MINERAL Terminada esta contemplación (en lo que dejo el campo libre a vuestras meditaciones), quedan por considerar las cosas elementales inferiores que componen los tres reinos de la Naturaleza, a saber: el animal, el vegetal y el mineral. Comencemos por el último, y observemos que cada metal oculta espiritualmente en sí a todos los demás porque proceden de una misma raíz, a saber: del azufre, de la sal y del Mercurio. El Mercurio es un licor craso, que, si está bien preparado, no puede ser consumido por el fuego; está engendrado en las entrañas de la tierra, y es espiritual, blanco en su apariencia, húmedo y frío, pero en efecto y en poder, cálido, rojo y seco. El Mercurio recibe en sí de buen grado las cosas que son de su naturaleza y se las incorpora. Esta agua metálica traga ávidamente a los metales perfectos para servirse de su perfección para su propia exaltación; la naturaleza, como a todas las criaturas, le ha impreso el instinto de tender por la vía legitima al mejoramiento y multiplicación de su especie. El azufre que engorda al Mercurio, es el fuego que le es inherente y natural, y que, mediante el movimiento exterior de la naturaleza, lo termina de digerir y madurar. No constituye un cuerpo separado, sino una facultad separada del Mercurio, y le es inherente e incorporado. La sal es una consistencia seca y espiritual, e igualmente inherente al Mercurio y al azufre, dando a este último el poder de digerir el primer metal. Ahora bien, como en el curso de la naturaleza ordinaria y antes de la coagulación del metal, la sal es muy débil, Dios ha inspirado a los filósofos la idea de agregar al Mercurio una sal pura, fija i perfecta, para operar en poco tiempo lo que la naturaleza no hace sino con un trabajo de varios años. La generación de los metales se efectúa así: el Espíritu universal se mezcla al agua y a la tierra, y de ello extrae un espíritu graso que él destila en el centro de la tierra, para realzarlo de allí y colocarlo en su matriz conveniente, en la que se digiere en Mercurio, acompañado de su sal o de su azufre, de la que a continuación se forma el metal, lo cual sucede cuando la tintura encerrada en el Mercurio se deja ver y nace, porque entonces el Mercurio se encuentra congelado y convertido en metal. Con frecuencia el Mercurio se carga en esta matriz con un azufre impuro que le impide perfeccionarse en oro puro o plata, a lo que contribuye la influencia de los Planetas menores y la constitución de la matriz, y le hacen que se convierta en plomo, hiero o cobre, que no sufren el examen del fuego. Esta decocción requiere un calor extremo continuo y atemperado, el que secundado por el espíritu metálico interno, y cuando subsisten en un lugar que les es adecuado. La destrucción de los metales se produce por medio de las cosas que no tienen con ellos ninguna armonía, como son las aguas y materias corrosivas, en lo cual los curiosos deben fijarse bien. El oro es un metal perfecto, cuyos elementos se encuentra tan generalmente equilibrados que no predominan el uno sobre el otro; por eso los antiguos Filósofos buscaron en este cuerpo perfecto una Medicina perfecta y que no se halla en ningún otro cuerpo sujeto a ser destruido por cualquier desigualdad, porque una cosa sujeta a la propia destrucción no podría dar a otras una salud o un mejoramiento consiguientes. El asunto está en hacer al oro viviente, espiritual y aplicable a la naturaleza humana, cualidades que no posee en su naturaleza sencilla y compacta; para alcanzar dicha perfección, debe ser reducido en su hembra a su primera naturaleza, y rehacer por retrogradación, camino de la regeneración, del que antes hablé. El oro muerto, por sí mismo, no sirve para nada y es estéril; pero convertido en viviente, puede germinar y multiplicarse. El espíritu metálico vivificante está oculto mientras reside en un cuerpo compacto y terrestre; pero reducido de su poder a acción, es capaz de efectuar no sólo la propagación de su especie, sino también que a causa de sus elementos igualmente proporcionados, restablecerá la salud y el vigor en el cuerpo de los animales. Así como el Sol celeste comunica su claridad a los planetas, así se pueden comunicar su perfección y su virtud a los metales imperfectos. Por esa razón, los antiguos Cabalistas designaron los planetas y los metales con los mismos caracteres, y no sin gran razón el oro y el sol han sido figurados por un círculo entero y su centro, a causa de que el uno y el otro contienen en sí las virtudes de todo el Universo: el centro significa la tierra y el círculo el cielo. El que sabe reducir a su circunferencia las virtudes centrales del oro, adquiere las virtudes de todo el Universo en una sola Medicina. El oro parece y es volátil; esta naturaleza espiritual y volátil propiamente contiene su virtud medicinal y penetrante, porque sin disolución no hace nada. El oro tiene una afinidad muy grande con el Mercurio, y basta juntarlos después de haberlos hecho puros y sin mancha, para unirlos íntimamente, por ser ambos incorruptibles y perfectos; uno de esos cuerpos es el inferior y el otro el superior, según dice Hermes; pero fijaos en que el oro, en su forma compacta, maciza y corporal, es inútil para toda Medicina o transplantación. Por ese motivo hay que usarlo en su forma volátil y espiritual. La redondez designa la perfección del oro, que lanza sus rayos diametralmente medidos del centro a la circunferencia, y las cuatro cualidades equilibradas por igual en el oro se indican con las cuatro líneas iguales colocadas en rectángulo, que forma el cuadrado equilateral; la Cábala secreta encuentra en la materia de este metal la forma probable y perceptible de la cuadratura del círculo. Mas como pocas personas son capaces de comprender los misterios ocultos, no conviene explayarlos a la vista de los indignos. La plata, si bien es más perfecta que los demás metales, lo es menos que el oro, se relaciona con la luna celeste y posee su virtud, así como el carácter. Es muy útil en su especie a los Filósofos expertos. De igual manera que el oro tiene la naturaleza del Sol en el Macrocosmos y del corazón del Microcosmos, así la plata tiene la naturaleza de la Luna en el Macrocosmos y del cerebro en el Microcosmos, para el que constituye una medicina singular, si se la hace espiritual e impalpable. Los Metales menores son: dos blandos, el plomo y el estaño, y dos duros, el hierro y el cobre; están compuestos por un azufre impuro y un mercurio no maduro. Cada uno está dotado de un espíritu limitado en cierto grado, no domina en las curas Filosóficas más que sobre las enfermedades en las que preside un espíritu subalterno el que es inherente a uno de esos metales. Las piedras preciosas son diferentes por razón de su digestión, y son diáfanas a causa de que han sido congeladas del agua pura con el Espíritu del Universo, dotadas de cierta tinturas, no del todo diferentes a las de los metales, lo cual les da el color y la virtud. as piedras comunes y no transparentes han sido congeladas de tierra grasa e impura, mezclada con una humedad tenaz y glutinosa, lo que una vez deseada compone la piedra dura, blando o arenosa, más o menos según la cantidad o calidad de la mencionada humedad. Los minerales son las materias que no son ni piedra ni metal. El vitriolo, el mercurio común y el antimonio, participan en mayor grado de la materia metálica. El último es la matriz y la vena de oro y el seminario de su tintura; ambos contienen una Medicina excelente. La sal común, el amoníaco, la sal gema, el salitre y el alumbre les siguen y se engendran de las aguas saladas. En cambio, el azufre se congela de la sequedad pura terrestre. En cuanto a betún, se encuentra en varias clases; es un jugo de la tierra, tenaz y susceptible del fuego; lo hay duro y líquido; el primero es el asfalto, el pisasfalto y el ámbar amarillo; el segundo es oleaginoso como la nafta y el ámbar arábigo. Los minerales de la tercera especie son el oropimente, la sandaraca, el yeso, la tiza, la tierra de Armenia y la tierra.